lunes, 4 de agosto de 2014

Allá, donde habite la esperanza


La palabra esperanza se deriva, con el sufijo de cualidad  –anza procedente del latín –antia,  del verbo en latín sperare (en conclusión: el que espera), derivado de spes. Pero la palabra spes suele vincularse a una raíz indoeuropea –spe (expandirse) y también presente en el adjetivo latino prosperus (feliz, que se expansiona) de donde viene próspero y prosperar.

Es decir, la esperanza es un estado de espera en el que se promete una felicidad con la que nos expandimos hacia  la alegría, el alivio u otros estados que, al fin y al cabo, parecen recomponernos. La esperanza es claramente lo último que se pierde para el común de los mortales puesto que, en caso contrario, implicaría renunciar a lo que potencialmente nos hace felices y en lo que en muchas ocasiones, hemos invertido gran parte de nuestro tiempo y energía.

Sin embargo, el devenir no siempre se pronuncia como en principio desearíamos a favor de nuestras esperanzas. Puede ocurrir entonces que tengamos un margen de tiempo para “retocar” nuestros objetivos y que se acomoden mejor a las situaciones sin perder mucha de la esencia inicial; o que podamos componer un nuevo escenario en el que alcancemos el mismo fin con distintos medios. 
A veces también desistimos porque ya no nos alcanza el ánimo, el tiempo, la paciencia o las ganas. Vamos madurando estos estados en nuestro sentir y encontrando justificaciones, puede que inconscientemente, para abandonar nuestra idea primigenia. Sufrimos una transición en la que la tristeza y el ego herido tienen cabida, y tanto que la tienen! Pero vamos tanteando nuevas esperanzas, nuevas expansiones con las que alentarnos.

Puede ocurrir sin embargo que tengamos tiempo, ganas, paciencia, ánimos, ilusión; que sintamos estar cada vez más cerca de la “prosperitas” o mejor aún, que el camino mismo sea la prosperitas! Y sin previo aviso, súbitamente, todo cambia radicalmente y de manera insuperable. Absolutamente nada depende de ti ni tiene que ver contigo. Sabes desde lo más consciente y racional hasta lo más profundo de tu corazón que no hay nada que hacer. No hay más camino. No hay nada que maquillar, ni siquiera nada con lo que nuestra retorcida mente pueda coquetear para apegarse – lo cual debería ser un consuelo. Pero el panorama interno que nos queda es desolador. Un profundo hueco en el que sentimos saltar sin cuerda una y otra vez algo dentro de nosotros – estar subido en la caida libre…y caer donde no hay red.

Es el hondo y extenso espacio de la esperanza deshabitada.


Llegados aquí, sólo puedo llevarme la mano al corazón que se duele, hacer una reverencia agradeciendo el camino andado y decirme “Buena suerte, mala suerte… ¿quién sabe?”.

Había una vez un hombre que vivía con su hijo en una casita del campo. Se dedicaba a trabajar la tierra y tenía un caballo para la labranza y para cargar los productos de la cosecha, era su bien más preciado. Un día el caballo se escapó saltando por encima de las bardas que hacían de cuadra.
El vecino que se percató de este hecho corrió a la casa del hombre para avisarle: -Tu caballo se escapó, ¿qué harás ahora para trabajar el campo sin él? Se te avecina un invierno muy duro, ¡qué mala suerte has tenido!
El hombre lo miró y le dijo:
-Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?

Pasó algún tiempo y el caballo volvió a su redil con diez caballos salvajes más. El vecino al observar esto, otra vez llamó al hombre y le dijo:
-No sólo recuperaste tu caballo, sino que ahora tienes diez caballos más, podrás vender y criar, ¡qué buena suerte has tenido!
El hombre lo miró y le dijo:
-Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?

Unos días más tarde el hijo montaba uno de los caballos salvajes para domarlo y calló al suelo partiéndose una pierna. Otra vez el vecino fue a decirle:
-¡Qué mala suerte has tenido!, tras el accidente tu hijo no podrá ayudarte, tu eres ya viejo y sin su ayuda tendrás muchos problemas para realizar todos los trabajos.
El hombre, otra vez lo miró y dijo:


-Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?
Pasó el tiempo y estalló la guerra con el país vecino de manera que el ejército empezó a reclutar jóvenes para llevarlos al campo de batalla. Al hijo del vecino se lo llevaron por estar sano y al accidentado se le declaró no apto. Nuevamente el vecino corrió diciendo:
-Se llevaron a mi hijo por estar sano y al tuyo lo rechazaron por su pierna rota. ¡Qué buena suerte has tenido!
Otra vez el hombre lo miró diciendo:
-Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?


(Cuento Sufí)

jueves, 3 de julio de 2014

Abre los ojos


El médico neuropsiquiatra Fritz Perls, padre de la Gestalt, en su libro “Sueños y existencia” nos explica que en cualquier proceso de maduración y superación de trabas emocionales es necesario darse cuenta de cómo se está viviendo el aquí y el ahora. Darse cuenta es ser consciente de manera natural y espontánea del presente, más allá de lo meramente racional. Es poner en armonía lo que uno es, siente y percibe en este preciso instante. Para ello, una de las herramientas de las que disponemos es preguntarnos a través del cómo, pues éste nos da una visión de la estructura. Si nos preguntamos a través del por qué, probablemente sólo consigamos una racionalización ingeniosa que lejos está del sentir y por tanto lejos de darnos cuenta del verdadero problema para superar nuestras historias inconclusas.


No faltará quien motivado por los prejuicios vincule esta teoría más al Kundalini que a una terapia de psicología, pero seguro que a todos, en alguna ocasión, nos ha sobrecogido el momento en el que algo, de repente, cobra sentido. Ese momento de “lucidez” nos permite cerrar el círculo y sentir que una densa carga mental desaparece; y nos sabemos libres. 


Fernando Savater, en su libro “Ética para Amador” nos dice “Libertad es decidir, pero también, no lo olvides, darte cuenta de que estás decidiendo. Lo más opuesto a dejarse llevar, como podrás comprender”. En esta sociedad en la que vivimos en el mañana, porque el hoy es cosa del ayer, en la que imperan las razones más que las formas  y en la que la sobreestimulación nos mantiene a la deriva del vivir humano, no es de extrañar que nos falte el aire. No tenemos la predisposición de darnos cuenta de nada: ni de que podemos decidir,  avanzar y crecer. Sólo entonces las historias inconclusas se cierran, la carga se libera y el mañana… será otro día.

¿No es hora de darte cuenta?

Me levanto una mañana
salgo de mi casa,
hay un pozo en la vereda,
no lo veo,
y me caigo en él.

Día siguiente ...
salgo de mi casa,
me olvido que hay un pozo en la vereda,
y vuelvo a caer en él.

Tercer día
salgo de mi casa Tratando de acordarme
que hay un pozo en la vereda,
sin embargo
no lo recuerdo,
y caigo en él.

Cuarto día
salgo de mi casa Tratando de acordarme
del pozo en la vereda,
lo recuerdo,
ya pesar de eso,
no veo el pozo
Y caigo en él.

Quinto día
salgo de mi casa,
recuerdo que tengo que presente tener
el pozo en la vereda
y camino mirando el piso,
y lo veo
y a Pesar de verlo,
caigo en él.

Sexto día
salgo de mi casa,
recuerdo el pozo en la vereda,
voy buscándolo con la vista,
lo veo,
intento saltarlo,
pero caigo en él.

Séptimo día
salgo de mi casa
veo El Pozo,
tomo carrera,
salto,
rozo con la punta de mis pies el borde del otro lado,
pero no es Suficiente y caigo en él.

Octavo día
salgo de mi casa,
veo El Pozo,
tomo carrera,
salto,
llego, al otro lado!
me siento tan orgulloso de haberlo
conseguido,
que festejo dando un salto de alegría ... y al hacerlo,
caigo otra vez en el pozo.

Noveno día
salgo de mi casa,
veo El Pozo,
tomo carrera,
lo salto y sigo mi camino.

Décimo día
me doy cuenta
recién hoy
que es más cómodo
caminar ...
por la vereda de enfrente.


(Jorge Bucay, Cuentos para pensar)




sábado, 15 de marzo de 2014

Paco de "Luzia"

Os dejo aquí un artículo publicado en el periódico electrónico "Sevilla Report" sobre Paco de Lucía, escrito por Alejandro Martín. Maravilloso.


"El arte –dejó escrito Nietzsche– es la verdadera actividad metafísica del hombre. Podría decirse, de hecho, que es el único lugar donde el espíritu asciende sin separarse nunca del suelo. Y no hay ningún arte tan del suelo como la música, de la que el mismo Nietzsche dijo que, sin ella, la vida sería un error. La música es espíritu, porque nos separa de la vista y del tacto, que son los sentidos que más nos unen con lo corporal, pero pertenece a este mundo, a la madera y al metal, aunque a veces nos haga creer que nos ha transportado a otro. Y si hay alguna música que crece arrastrando tras de sí las entrañas de la tierra, esa es el flamenco. Tal vez porque no es exactamente solo una música. Es un diálogo con la existencia, con sus aspectos más terribles tanto como con los más livianos. En el flamenco vio Lorca, como tal vez Falla, aquello que Nietzsche buscó en las tragedias griegas y en la ópera de Wagner, antes de la ruptura de su amistad: una obra de arte total, una representación de la vida y una pelea con ella, una danza entre las apolíneas medidas de la caña y el desgarro dionisiaco de la siguiriya.

Muchos piensan que Paco de Lucía fue grande por esos vertiginosos picados en compañía de McLaughlin y Di Meola que tanto dieron que hablar. O por esa rumba que improvisó para completar el disco “Fuente y caudal” y que, contra todo pronóstico, terminó sonando en las discotecas y las barras chill-out de todo el mundo. O por hacer que una caja peruana y una flauta travesera sonaran flamencas. O por levantar al maestro Rodrigo de su silla tras escucharle interpretar el Concierto de Aranjuez. Por todo eso fue Paco, sin duda, un gran músico. Eso lo hizo famoso y abrió la guitarra flamenca a nuevas posibilidades. Pero Paco de Lucía, además de un gran músico, fue un genio, o tuvo uno. Al genio se le llama, en el argot flamenco, duende. Y este se asoma, a menudo, más en un silencio bien escogido que en los vertiginosos rápidos de un río de notas. Es, más bien, el genio que enmudece la guitarra para acompañar a ese Camarón de finales de los setenta. O el que vibra sobre el do sostenido de “Mi niño Curro”. O el que puede interpretar unas alegrías con la rabia de “La Barrosa”.

El flamenco es, como cantaba Camarón, un potro de rabia y miel. La Piriñaca, que era una diosa telúrica, decía: “cuando canto a gusto me sabe la boca a sangre”. Me pregunto qué pudo sentir Paco cuando tocaba “a gusto”. Pero sabemos que lo que siempre añoró era el retiro apacible de su hogar, las tranquilas arenas de la playa y la cercanía de los suyos. Así que el 25 de febrero de 2014 murió en las arenas de la costa atlántica mexicana. Lejos de las giras y las obligaciones. Donde siempre quiso estar. Tal vez fue un último regalo del destino, aunque el mundo del flamenco podría hacer suyas hoy las palabras a las que, providencialmente, prestara su voz en el último tema de “Luzia” para llorar el recuerdo de su amigo Camarón: “Con lo mucho que yo lo quería / se fue de mi vera / se fue para siempre / pa toíta la vida”"


http://sevillareport.com/opinion/un-potro-de-rabia-y-miel/







domingo, 2 de marzo de 2014

Por siempre jamás

La idea de la eternidad nos arroja sin vacilación una imagen parecida al Preikestolen: todo el mundo  se asoma con curiosidad  a sus entrañas con el pavor de caer en ellas. Es también por tanto, una eterna contradicción.  


El escuchar a tantas personas decir “nada es para siempre”, hace que me pregunte con qué cuerpo y con qué sentir nos plantamos ante tan magna afirmación. La eternidad está ligada, en casi todos sus usos,  a un sentimiento de esclavitud, porque somos responsables  últimos y eternos de nuestras acciones. Sin embargo, queremos que aquello en lo que nos embarcamos tenga un éxito duradero. Es la idea de incertidumbre  lo que hace que nos congele el abanico de posibilidades que nos oferta el futuro, la incertidumbre de que eso que hoy queremos llevar a cabo, nos “encadene” para siempre. Es también la decepción de que algo no duró lo que quisimos, o el malestar de un momento presente, lo que nos lleva a decir una afirmación tan tajante. Nada es para siempre...o sí.


Yo no creo- no me gusta creer- en afirmaciones de todo o nada porque tengo la sensación de que me estoy sentenciando en el tiempo.  Creer que nada es para siempre es extender a todos los sentidos que algo evoluciona y lo otro se estanca, o que todo evoluciona divergiendo. Es decir, el tiempo parece que siempre nos va a distanciar irremediablemente  de donde hoy estamos, de lo que hoy somos - nos guste o no- y de lo que amamos. Partimos de esa base y, concretamente respecto a este último punto, quizás olvidamos preguntarnos qué amamos en cada momento. En las cosas y las personas de nuestra vida, tal desconocimiento nos lleva a un laberinto de – también eterna – desgana e inercia sin sentimiento. Acabamos prefiriendo un trabajo que nos reporte más ganancias materiales que espirituales, responsabilizamos  a las personas que amamos  de nuestras miserias – cuando quizás fuimos nosotros mismos los que le dimos el poder de nuestras vidas-  y por norma, prolongamos estas situaciones en el tiempo, quedándonos al final con un profundo sentimiento de desazón. Es en esto entonces en lo que se traduce la “Aeternitas”; y claro que es desgarrador tal panorama.


Volcar nuestra atención en lo que va sucediendo fuera y no en lo que se va sucediendo en nosotros nos separa cada vez más de la emoción por nuestro propio mundo, ese que vamos construyendo desde que nacemos,  y nos acerca a la- entonces también eterna-  búsqueda de la Felicidad.


¿No es hora de reconciliarnos con lo eterno?
Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schweste Gewicht). Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad. ¿ Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad? La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes. Entonces ¿qué hemos de elegir?¿El peso o la levedad?
Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo.[...]. Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo. ¿Tenía razón o no?Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones. (Milán Kundera, La insoportable levedad del ser)
 

lunes, 30 de diciembre de 2013

22

Para terminar el año, un poema de aquél que da nombre a la dirección de este blog.

Y tú, mar…… También me entrego a ti.
Sé quién eres muy bien.
Desde la playa veo tu mano invitadora que me llama.
Creo que no quieres retirarte sin acariciarme.
Bien. Haremos un viaje juntos.
Aguarda a que me desnude y llévame contigo hasta perder de vista la tierra.
Arrúllame y déjame dormir y soñar en los blandos cojines de tus olas,
úngeme con tu amorosa espuma,

Yo te pagaré con amor.
Mar dilatado de bruñidas lontananzas,
mar de largo resuello convulsivo,
mar que eres la sal de la vida
y la tumba abierta siempre para todos;
mar delicado y caprichoso,
aullido y catapulta en las tormentas,
yo también soy como tú: único y plural.

También yo tengo flujos y reflujos,
también yo llevo en mis entrañas el odio y la paz,
y glorifico a los amigos
y a los que duermen abrazados.
Yo soy quien atestigua la simpatía.
(¿Haré solo el inventario de mis cosas y me olvidaré de la casa que las contiene?)
Yo no soy sólo el poeta de la bondad.

Soy el poeta de la iniquidad también.
Y no me avergüenzo.
¿Qué alboroto es ése?
¿Quién discute sobre el vicio y la virtud?
Me empujan el mal
y el deseo de reformar el mal:
pero yo no me muevo.
¿Soy yo un inquisidor?
Yo no soy más que un hombre que riega las raíces de todo lo que crece.

¿Teméís que a la terca fertilidad de la vida le salgan escrófulas?
¿Creéis que las leyes celestiales están todavía en el crisol y que aún pueden ser rectificadas?
Encuentro equilibrio en un lado solo
y en el antípoda también;
me sostienen las doctrinas firmes
y las doctrinas deleznables;
y en nuestros pensamientos
y en nuestros hechos actuales
están nuestro arranque y nuestro vuelo.

Ningún tiempo es tan grande para mí como este minuto de hora que me viene al través de millones de siglos.
Que te hayas comportado bien en el pasado
y que te comportes ahora bien,
no es nada asombroso.
Lo asombroso es que existan siempre y se reproduzcan el ruin y el hombre sin fe
.

(Walt Whitman, "Canto a mí mismo").


Original


You sea! I resign myself to you also—I guess what you mean,
I behold from the beach your crooked inviting fingers,
I believe you refuse to go back without feeling of me,
We must have a turn together, I undress, hurry me out of sight of the land,
Cushion me soft, rock me in billowy drowse,
Dash me with amorous wet, I can repay you.

Sea of stretch’d ground-swells,
Sea breathing broad and convulsive breaths,
Sea of the brine of life and of unshovell’d yet always-ready graves,
Howler and scooper of storms, capricious and dainty sea,
I am integral with you, I too am of one phase and of all phases.

Partaker of influx and efflux I, extoller of hate and conciliation,
Extoller of amies and those that sleep in each others’ arms.

I am he attesting sympathy,
(Shall I make my list of things in the house and skip the house that supports them?)

I am not the poet of goodness only, I do not decline to be the poet of wickedness also.

What blurt is this about virtue and about vice?
Evil propels me and reform of evil propels me, I stand indifferent,
My gait is no fault-finder’s or rejecter’s gait,
I moisten the roots of all that has grown.

Did you fear some scrofula out of the unflagging pregnancy?
Did you guess the celestial laws are yet to be work’d over and rectified?

I find one side a balance and the antipodal side a balance,
Soft doctrine as steady help as stable doctrine,
Thoughts and deeds of the present our rouse and early start.

This minute that comes to me over the past decillions,
There is no better than it and now.

What behaved well in the past or behaves well to-day is not such a wonder,
The wonder is always and always how there can be a mean man or an infidel.  
 
(Walt Whitman, "Song of myself").