La idea de la eternidad nos arroja sin
vacilación una imagen parecida al Preikestolen: todo el mundo se asoma con curiosidad a sus entrañas con el pavor de caer en ellas. Es
también por tanto, una eterna contradicción.
El escuchar a tantas personas decir “nada es
para siempre”, hace que me pregunte con qué cuerpo y con qué sentir nos
plantamos ante tan magna afirmación. La eternidad está ligada, en casi todos
sus usos, a un sentimiento de esclavitud,
porque somos responsables últimos y eternos
de nuestras acciones. Sin embargo, queremos que aquello en lo que nos
embarcamos tenga un éxito duradero. Es la idea de incertidumbre lo que hace que nos congele el abanico de
posibilidades que nos oferta el futuro, la incertidumbre de que eso que hoy
queremos llevar a cabo, nos “encadene” para siempre. Es también la decepción de
que algo no duró lo que quisimos, o el malestar de un momento presente, lo que nos lleva a decir una afirmación tan
tajante. Nada es para siempre...o sí.
Yo no creo- no me gusta creer- en afirmaciones
de todo o nada porque tengo la sensación de que me estoy sentenciando en el
tiempo. Creer que nada es para siempre es
extender a todos los sentidos que algo evoluciona y lo otro se estanca, o que todo
evoluciona divergiendo. Es decir, el tiempo parece que siempre nos va a distanciar
irremediablemente de donde hoy estamos, de lo que hoy somos - nos guste o no- y de lo que amamos.
Partimos de esa base y, concretamente respecto a este último punto, quizás olvidamos preguntarnos qué amamos en cada
momento. En las cosas y las personas de nuestra vida, tal desconocimiento nos
lleva a un laberinto de – también eterna – desgana e inercia sin sentimiento.
Acabamos prefiriendo un trabajo que nos reporte más ganancias materiales que
espirituales, responsabilizamos a las
personas que amamos de nuestras miserias
– cuando quizás fuimos nosotros mismos los que le dimos el poder de nuestras
vidas- y por norma, prolongamos estas situaciones en el tiempo, quedándonos al final con un profundo sentimiento de desazón. Es en esto entonces en lo que se traduce la “Aeternitas”; y claro que es desgarrador tal panorama.
Volcar nuestra atención en lo que va
sucediendo fuera y no en lo que se va sucediendo en nosotros nos separa cada
vez más de la emoción por nuestro propio mundo, ese que vamos construyendo
desde que nacemos, y nos acerca a la- entonces
también eterna- búsqueda de la Felicidad.
Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas
veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La
imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada
gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por
el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada
(das schweste Gewicht). Pero si el eterno retorno es la carga más
pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de
fondo,
en toda su maravillosa levedad. ¿ Pero es de verdad terrible el peso y
maravillosa la levedad? La carga más pesada nos destroza, somos
derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía
amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del
cuerpo del hombre. La carga más pesada es por tanto, a la vez, la imagen
de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga,
más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por
el
contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva
más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra,
de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan
libres como insignificantes. Entonces ¿qué hemos de elegir?¿El peso o
la levedad?
Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo.[...]. Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo. ¿Tenía razón o no?Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones. (Milán Kundera, La insoportable levedad del ser)
Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo.[...]. Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo. ¿Tenía razón o no?Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones. (Milán Kundera, La insoportable levedad del ser)
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