domingo, 2 de marzo de 2014

Por siempre jamás

La idea de la eternidad nos arroja sin vacilación una imagen parecida al Preikestolen: todo el mundo  se asoma con curiosidad  a sus entrañas con el pavor de caer en ellas. Es también por tanto, una eterna contradicción.  


El escuchar a tantas personas decir “nada es para siempre”, hace que me pregunte con qué cuerpo y con qué sentir nos plantamos ante tan magna afirmación. La eternidad está ligada, en casi todos sus usos,  a un sentimiento de esclavitud, porque somos responsables  últimos y eternos de nuestras acciones. Sin embargo, queremos que aquello en lo que nos embarcamos tenga un éxito duradero. Es la idea de incertidumbre  lo que hace que nos congele el abanico de posibilidades que nos oferta el futuro, la incertidumbre de que eso que hoy queremos llevar a cabo, nos “encadene” para siempre. Es también la decepción de que algo no duró lo que quisimos, o el malestar de un momento presente, lo que nos lleva a decir una afirmación tan tajante. Nada es para siempre...o sí.


Yo no creo- no me gusta creer- en afirmaciones de todo o nada porque tengo la sensación de que me estoy sentenciando en el tiempo.  Creer que nada es para siempre es extender a todos los sentidos que algo evoluciona y lo otro se estanca, o que todo evoluciona divergiendo. Es decir, el tiempo parece que siempre nos va a distanciar irremediablemente  de donde hoy estamos, de lo que hoy somos - nos guste o no- y de lo que amamos. Partimos de esa base y, concretamente respecto a este último punto, quizás olvidamos preguntarnos qué amamos en cada momento. En las cosas y las personas de nuestra vida, tal desconocimiento nos lleva a un laberinto de – también eterna – desgana e inercia sin sentimiento. Acabamos prefiriendo un trabajo que nos reporte más ganancias materiales que espirituales, responsabilizamos  a las personas que amamos  de nuestras miserias – cuando quizás fuimos nosotros mismos los que le dimos el poder de nuestras vidas-  y por norma, prolongamos estas situaciones en el tiempo, quedándonos al final con un profundo sentimiento de desazón. Es en esto entonces en lo que se traduce la “Aeternitas”; y claro que es desgarrador tal panorama.


Volcar nuestra atención en lo que va sucediendo fuera y no en lo que se va sucediendo en nosotros nos separa cada vez más de la emoción por nuestro propio mundo, ese que vamos construyendo desde que nacemos,  y nos acerca a la- entonces también eterna-  búsqueda de la Felicidad.


¿No es hora de reconciliarnos con lo eterno?
Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schweste Gewicht). Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad. ¿ Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad? La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes. Entonces ¿qué hemos de elegir?¿El peso o la levedad?
Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo.[...]. Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo. ¿Tenía razón o no?Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones. (Milán Kundera, La insoportable levedad del ser)
 

No hay comentarios: