jueves, 3 de julio de 2014

Abre los ojos


El médico neuropsiquiatra Fritz Perls, padre de la Gestalt, en su libro “Sueños y existencia” nos explica que en cualquier proceso de maduración y superación de trabas emocionales es necesario darse cuenta de cómo se está viviendo el aquí y el ahora. Darse cuenta es ser consciente de manera natural y espontánea del presente, más allá de lo meramente racional. Es poner en armonía lo que uno es, siente y percibe en este preciso instante. Para ello, una de las herramientas de las que disponemos es preguntarnos a través del cómo, pues éste nos da una visión de la estructura. Si nos preguntamos a través del por qué, probablemente sólo consigamos una racionalización ingeniosa que lejos está del sentir y por tanto lejos de darnos cuenta del verdadero problema para superar nuestras historias inconclusas.


No faltará quien motivado por los prejuicios vincule esta teoría más al Kundalini que a una terapia de psicología, pero seguro que a todos, en alguna ocasión, nos ha sobrecogido el momento en el que algo, de repente, cobra sentido. Ese momento de “lucidez” nos permite cerrar el círculo y sentir que una densa carga mental desaparece; y nos sabemos libres. 


Fernando Savater, en su libro “Ética para Amador” nos dice “Libertad es decidir, pero también, no lo olvides, darte cuenta de que estás decidiendo. Lo más opuesto a dejarse llevar, como podrás comprender”. En esta sociedad en la que vivimos en el mañana, porque el hoy es cosa del ayer, en la que imperan las razones más que las formas  y en la que la sobreestimulación nos mantiene a la deriva del vivir humano, no es de extrañar que nos falte el aire. No tenemos la predisposición de darnos cuenta de nada: ni de que podemos decidir,  avanzar y crecer. Sólo entonces las historias inconclusas se cierran, la carga se libera y el mañana… será otro día.

¿No es hora de darte cuenta?

Me levanto una mañana
salgo de mi casa,
hay un pozo en la vereda,
no lo veo,
y me caigo en él.

Día siguiente ...
salgo de mi casa,
me olvido que hay un pozo en la vereda,
y vuelvo a caer en él.

Tercer día
salgo de mi casa Tratando de acordarme
que hay un pozo en la vereda,
sin embargo
no lo recuerdo,
y caigo en él.

Cuarto día
salgo de mi casa Tratando de acordarme
del pozo en la vereda,
lo recuerdo,
ya pesar de eso,
no veo el pozo
Y caigo en él.

Quinto día
salgo de mi casa,
recuerdo que tengo que presente tener
el pozo en la vereda
y camino mirando el piso,
y lo veo
y a Pesar de verlo,
caigo en él.

Sexto día
salgo de mi casa,
recuerdo el pozo en la vereda,
voy buscándolo con la vista,
lo veo,
intento saltarlo,
pero caigo en él.

Séptimo día
salgo de mi casa
veo El Pozo,
tomo carrera,
salto,
rozo con la punta de mis pies el borde del otro lado,
pero no es Suficiente y caigo en él.

Octavo día
salgo de mi casa,
veo El Pozo,
tomo carrera,
salto,
llego, al otro lado!
me siento tan orgulloso de haberlo
conseguido,
que festejo dando un salto de alegría ... y al hacerlo,
caigo otra vez en el pozo.

Noveno día
salgo de mi casa,
veo El Pozo,
tomo carrera,
lo salto y sigo mi camino.

Décimo día
me doy cuenta
recién hoy
que es más cómodo
caminar ...
por la vereda de enfrente.


(Jorge Bucay, Cuentos para pensar)