"El arte –dejó escrito Nietzsche– es la verdadera actividad metafísica del hombre. Podría decirse, de hecho, que es el único lugar donde el espíritu asciende sin separarse nunca del suelo. Y no hay ningún arte tan del suelo como la música, de la que el mismo Nietzsche dijo que, sin ella, la vida sería un error. La música es espíritu, porque nos separa de la vista y del tacto, que son los sentidos que más nos unen con lo corporal, pero pertenece a este mundo, a la madera y al metal, aunque a veces nos haga creer que nos ha transportado a otro. Y si hay alguna música que crece arrastrando tras de sí las entrañas de la tierra, esa es el flamenco. Tal vez porque no es exactamente solo una música. Es un diálogo con la existencia, con sus aspectos más terribles tanto como con los más livianos. En el flamenco vio Lorca, como tal vez Falla, aquello que Nietzsche buscó en las tragedias griegas y en la ópera de Wagner, antes de la ruptura de su amistad: una obra de arte total, una representación de la vida y una pelea con ella, una danza entre las apolíneas medidas de la caña y el desgarro dionisiaco de la siguiriya.
Muchos piensan que Paco de Lucía fue
grande por esos vertiginosos picados en compañía de McLaughlin y Di
Meola que tanto dieron que hablar. O por esa rumba que improvisó para
completar el disco “Fuente y caudal” y que, contra todo pronóstico,
terminó sonando en las discotecas y las barras chill-out de todo el
mundo. O por hacer que una caja peruana y una flauta travesera sonaran
flamencas. O por levantar al maestro Rodrigo de su silla tras escucharle
interpretar el Concierto de Aranjuez. Por todo eso fue Paco, sin duda,
un gran músico. Eso lo hizo famoso y abrió la guitarra flamenca a nuevas
posibilidades. Pero Paco de Lucía, además de un gran músico, fue un
genio, o tuvo uno. Al genio se le llama, en el argot flamenco, duende. Y
este se asoma, a menudo, más en un silencio bien escogido que en los
vertiginosos rápidos de un río de notas. Es, más bien, el genio que
enmudece la guitarra para acompañar a ese Camarón de finales de los
setenta. O el que vibra sobre el do sostenido de “Mi niño Curro”. O el
que puede interpretar unas alegrías con la rabia de “La Barrosa”.
El flamenco es, como cantaba Camarón, un
potro de rabia y miel. La Piriñaca, que era una diosa telúrica, decía:
“cuando canto a gusto me sabe la boca a sangre”. Me pregunto qué pudo
sentir Paco cuando tocaba “a gusto”. Pero sabemos que lo que siempre
añoró era el retiro apacible de su hogar, las tranquilas arenas de la
playa y la cercanía de los suyos. Así que el 25 de febrero de 2014 murió
en las arenas de la costa atlántica mexicana. Lejos de las giras y las
obligaciones. Donde siempre quiso estar. Tal vez fue un último regalo
del destino, aunque el mundo del flamenco podría hacer suyas hoy las
palabras a las que, providencialmente, prestara su voz en el último tema
de “Luzia” para llorar el recuerdo de su amigo Camarón: “Con lo mucho
que yo lo quería / se fue de mi vera / se fue para siempre / pa toíta la
vida”"
http://sevillareport.com/opinion/un-potro-de-rabia-y-miel/
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