sábado, 15 de marzo de 2014

Paco de "Luzia"

Os dejo aquí un artículo publicado en el periódico electrónico "Sevilla Report" sobre Paco de Lucía, escrito por Alejandro Martín. Maravilloso.


"El arte –dejó escrito Nietzsche– es la verdadera actividad metafísica del hombre. Podría decirse, de hecho, que es el único lugar donde el espíritu asciende sin separarse nunca del suelo. Y no hay ningún arte tan del suelo como la música, de la que el mismo Nietzsche dijo que, sin ella, la vida sería un error. La música es espíritu, porque nos separa de la vista y del tacto, que son los sentidos que más nos unen con lo corporal, pero pertenece a este mundo, a la madera y al metal, aunque a veces nos haga creer que nos ha transportado a otro. Y si hay alguna música que crece arrastrando tras de sí las entrañas de la tierra, esa es el flamenco. Tal vez porque no es exactamente solo una música. Es un diálogo con la existencia, con sus aspectos más terribles tanto como con los más livianos. En el flamenco vio Lorca, como tal vez Falla, aquello que Nietzsche buscó en las tragedias griegas y en la ópera de Wagner, antes de la ruptura de su amistad: una obra de arte total, una representación de la vida y una pelea con ella, una danza entre las apolíneas medidas de la caña y el desgarro dionisiaco de la siguiriya.

Muchos piensan que Paco de Lucía fue grande por esos vertiginosos picados en compañía de McLaughlin y Di Meola que tanto dieron que hablar. O por esa rumba que improvisó para completar el disco “Fuente y caudal” y que, contra todo pronóstico, terminó sonando en las discotecas y las barras chill-out de todo el mundo. O por hacer que una caja peruana y una flauta travesera sonaran flamencas. O por levantar al maestro Rodrigo de su silla tras escucharle interpretar el Concierto de Aranjuez. Por todo eso fue Paco, sin duda, un gran músico. Eso lo hizo famoso y abrió la guitarra flamenca a nuevas posibilidades. Pero Paco de Lucía, además de un gran músico, fue un genio, o tuvo uno. Al genio se le llama, en el argot flamenco, duende. Y este se asoma, a menudo, más en un silencio bien escogido que en los vertiginosos rápidos de un río de notas. Es, más bien, el genio que enmudece la guitarra para acompañar a ese Camarón de finales de los setenta. O el que vibra sobre el do sostenido de “Mi niño Curro”. O el que puede interpretar unas alegrías con la rabia de “La Barrosa”.

El flamenco es, como cantaba Camarón, un potro de rabia y miel. La Piriñaca, que era una diosa telúrica, decía: “cuando canto a gusto me sabe la boca a sangre”. Me pregunto qué pudo sentir Paco cuando tocaba “a gusto”. Pero sabemos que lo que siempre añoró era el retiro apacible de su hogar, las tranquilas arenas de la playa y la cercanía de los suyos. Así que el 25 de febrero de 2014 murió en las arenas de la costa atlántica mexicana. Lejos de las giras y las obligaciones. Donde siempre quiso estar. Tal vez fue un último regalo del destino, aunque el mundo del flamenco podría hacer suyas hoy las palabras a las que, providencialmente, prestara su voz en el último tema de “Luzia” para llorar el recuerdo de su amigo Camarón: “Con lo mucho que yo lo quería / se fue de mi vera / se fue para siempre / pa toíta la vida”"


http://sevillareport.com/opinion/un-potro-de-rabia-y-miel/







domingo, 2 de marzo de 2014

Por siempre jamás

La idea de la eternidad nos arroja sin vacilación una imagen parecida al Preikestolen: todo el mundo  se asoma con curiosidad  a sus entrañas con el pavor de caer en ellas. Es también por tanto, una eterna contradicción.  


El escuchar a tantas personas decir “nada es para siempre”, hace que me pregunte con qué cuerpo y con qué sentir nos plantamos ante tan magna afirmación. La eternidad está ligada, en casi todos sus usos,  a un sentimiento de esclavitud, porque somos responsables  últimos y eternos de nuestras acciones. Sin embargo, queremos que aquello en lo que nos embarcamos tenga un éxito duradero. Es la idea de incertidumbre  lo que hace que nos congele el abanico de posibilidades que nos oferta el futuro, la incertidumbre de que eso que hoy queremos llevar a cabo, nos “encadene” para siempre. Es también la decepción de que algo no duró lo que quisimos, o el malestar de un momento presente, lo que nos lleva a decir una afirmación tan tajante. Nada es para siempre...o sí.


Yo no creo- no me gusta creer- en afirmaciones de todo o nada porque tengo la sensación de que me estoy sentenciando en el tiempo.  Creer que nada es para siempre es extender a todos los sentidos que algo evoluciona y lo otro se estanca, o que todo evoluciona divergiendo. Es decir, el tiempo parece que siempre nos va a distanciar irremediablemente  de donde hoy estamos, de lo que hoy somos - nos guste o no- y de lo que amamos. Partimos de esa base y, concretamente respecto a este último punto, quizás olvidamos preguntarnos qué amamos en cada momento. En las cosas y las personas de nuestra vida, tal desconocimiento nos lleva a un laberinto de – también eterna – desgana e inercia sin sentimiento. Acabamos prefiriendo un trabajo que nos reporte más ganancias materiales que espirituales, responsabilizamos  a las personas que amamos  de nuestras miserias – cuando quizás fuimos nosotros mismos los que le dimos el poder de nuestras vidas-  y por norma, prolongamos estas situaciones en el tiempo, quedándonos al final con un profundo sentimiento de desazón. Es en esto entonces en lo que se traduce la “Aeternitas”; y claro que es desgarrador tal panorama.


Volcar nuestra atención en lo que va sucediendo fuera y no en lo que se va sucediendo en nosotros nos separa cada vez más de la emoción por nuestro propio mundo, ese que vamos construyendo desde que nacemos,  y nos acerca a la- entonces también eterna-  búsqueda de la Felicidad.


¿No es hora de reconciliarnos con lo eterno?
Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schweste Gewicht). Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad. ¿ Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad? La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes. Entonces ¿qué hemos de elegir?¿El peso o la levedad?
Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo.[...]. Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo. ¿Tenía razón o no?Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones. (Milán Kundera, La insoportable levedad del ser)